Viernes 18 de Octubre de 2024

1983… 30 Años de la «Democracia» que supimos conseguir.

Publicado: 30-10-2013

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Hace hoy treinta años (treinta años de democracia) Raúl Alfonsín se convirtió en el presidente electo menos pensado para la dirigencia política, aunque el más esperado por una ciudadanía que lo respaldó en pleno con un contundente triunfo en las urnas: fue el 30 de octubre de 1983.

En aquella larga noche de recuento de votos, la lista 3 de la Unión Cívica Radical se impuso con contundencia en la mayoría de las provincias y la Ciudad de Buenos Aires. En la provincia de Buenos Aires, Alfonsín ganó con un 51 por ciento de los votos, casi calcado de su marca nacional, lo que resultó decisivo para derrotar a la fórmula Italo Lúder-Deolindo Bittel, del PJ. Sólo en la sureña Santa Cruz, en La Rioja, tierra del futuro sucesor Carlos Menem y en el Norte -Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Formosa y Chaco-, el peronismo logró triunfos. Sin embargo, a nivel de gobernadores también La Pampa, Santa Fe y San Luis se volcaban hacia el peronismo, inaugurando un mapa político con impacto a su vez en el Senado nacional que se mantendría durante casi todo el período democrático.

El líder radical era menos conocido que su rival peronista al inicio de la campaña y por eso decidió golpear primero: en abril de 1983 denunció el llamado «pacto militar sindical». La denuncia motivó una gran polémica porque hablaba de acuerdos entre la cúpula militar y la «columna vertebral» del PJ de cara a la transición democrática. El peronismo negó los acuerdos e incluso el tema llegó a la Justicia sin demasiadas precisiones, pero el objetivo de Alfonsín ya estaba logrado: se debatía sobre un eje de campaña impuesto por él y sobre un tema que preocupaba a la sociedad, cómo serían los meses posteriores a diciembre de 1983 en términos institucionales.

Alfonsín tuvo la sagacidad además de convocar con sus discursos a toda la sociedad, más allá de la retórica habitual y de las estructuras del partido radical: se dirigió más a la gente que a los dirigentes en aquellos discursos que culminaban invariablemente con el preámbulo de la Constitución Nacional.

Prometió además juzgar a los jefes de las Juntas Militares, mientras que el peronismo vaciló al respecto o incluso abrió la puerta a avalar la autoamnistía dictada por la dictadura. Ya en la campaña de Alfonsín estuvo de todos modos el germen de una polémica que vendría después: el candidato nunca propuso juzgar a todos los represores, una tensa situación con la que debería lidiar luego, hacia 1987 cuando los jueces avanzaron sobre mandos de menor nivel de las Fuerzas Armadas y se desencadenaron las rebeliones carapintadas. El otro elemento clave del triunfo alfonsinista estuvo dado por la profesionalización de la campaña: de la mano del publicista David Ratto, el candidato puso en manos de expertos en comunicación buena parte de sus mensajes a la sociedad, a diferencia de la estrategia más «partidista» utilizada por el PJ.

Eso le permitió enfocar su mensaje, transmitir una imagen clara y le evitó errores gruesos como los que cometió el justicialismo, en un acto en el que la militancia chifló al jefe de la CGT, Lorenzo Miguel, y en otro en el que el candidato a gobernador bonaerense, Herminio Iglesias, quemó un cajón con una corona que simbolizaba a la UCR.Alfonsín había arrollado en la interna de la UCR, el 30 de julio de ese año, a Fernando de la Rúa, quien pese a ser el ahijado político del ya fallecido líder radical, Ricardo Balbín, sólo pudo aspirar a una candidatura a senador, abrumado por la irrupción del hombre de Chascomús.

El peronismo, que no conocía de derrotas electorales desde su nacimiento institucional en 1946, no había podido reponerse de la desdibujada imagen de la esposa de su líder, Isabel Perón.

Además, en la previa, el candidato presidencial Italo Lúder recibió el efecto negativo de la quema de un cajón fúnebre con la sigla «UCR», llevada a cabo por el referente de Avellaneda Herminio Iglesias, pese a que las encuestas pronosticaban un final cabeza a cabeza.

Acompañado en la fórmula presidencial por Víctor Martínez, un cordobés expresión del conservadurismo radical mediterráneo, Alfonsín plasmó en su discurso lo que había ocurrido en los hechos: el fin de la dictadura y una transición en la cual se restablecerían la democracia y sus instituciones.

Inauguró allí su caballito de batalla, qué el mismo se encargo de rebautizar como un «rezo laico», al rescatar el Preámbulo de la Constitución Nacional, además de ensayar su gesto característico de las dos manos juntas elevadas a la izquierda de la cabeza.

Las cifras acerca de la concurrencia son hasta hoy inciertas y dispares, ya que por aquel entonces había pocos antecedentes recientes de multitudes callejeras. Las clases populares se mantuvieron en gran número fieles a su identidad peronista, pero fue claro que había surgido un nuevo líder que también empezaba a ganar confianza en esa franja y en sectores vinculados a los Derechos Humanos, que le reconocían al radical su trabajo en la APDH. Ese nuevo escenario se vio también reflejado en la presencia de sectores juveniles que entonaban «después del Pocho, después de Balbín, el líder es Alfonsín».

El devenir de la historia convertiría luego su gestión en un período de transición con menos logros que los esperados y su propio partido sufrió en carne propia una diáspora de la que todavía hoy busca restablecerse, en el marco de una democracia que siguió con alternancia de partidos.